“El gran problema del país se llama crimen uniformado”
Alfonso Durazo, próximo Secretario de Seguridad Pública.
La seguridad es un derecho humano, no un mecanismo de control social que debe brindar el Estado a la ciudadanía, siendo indispensable para su crecimiento político, económico y social, como parte de la necesidad de mantener una tranquilidad y convivencia armónica, que permita una situación ideal para vivir en paz y tranquilidad, producir y ser feliz.
La historia de México del siglo XX da cuenta de casos como el de Jesús Negrete, alias “El Tigre de Santa Julia”, quien inició su carrera delictiva en 1901. Fue un sangriento delincuente que no dudaba en matar a balazos a quien intentara impedir su propósito. El Tigre de Santa Julia robó en 1906 el cuartel de artillería de la municipalidad de Tacubaya; después fue capturado y se le sentenció a morir fusilado, acusado de cinco homicidios y varios robos.
Otro caso de principios de siglo fue el de Francisco Guerrero, “El Chalequero”, quien durante 25 años violó y asesinó a mujeres, pero que al ser denunciado por una testigo fue detenido y juzgado en público. Y es que en los primeros años del siglo, los juicios contra un presunto delincuente eran abiertos a toda la población, la cual podía acudir a presenciarlos. Es más, había jurados populares, pero en 1929 les quitaron atribuciones y ese tipo de procesos quedó limitado a aquellos donde los inculpados fueran funcionarios del gobierno.
Las fugas de los penales capitalinos no son hecho novedoso, pero una en particular llamó la atención de los habitantes de la Ciudad de México, porque se ejecutó como una historia de película, fantástica y chusca a la vez.
Así, de este modo, fue la fuga de David Joel Kaplan y su cómplice Carlos Contreras, el 18 de agosto de 1971, de la penitenciaría del DF, en Iztapalapa, a bordo de un helicóptero Bell 47 de color azul que descendió en el patio del dormitorio uno, ante la mirada atónita de reclusos y celadores.
Nadie hizo la señal de disparar contra la nave que a una mínima altura lanzó una escalera a la que treparon Kaplan y su cómplice, quienes lograron introducirse a la cabina. A las 18:35 horas de ese día, el helicóptero sobrevolaba la Penitenciaría para luego descender y en dos minutos concretar la fuga de los prisioneros.
En la lucha contra el creciente crimen, los cuerpos policiacos tuvieron como reto modernizarse. En ese proceso los efectivos aprendieron y se enfrentaron a hechos nuevos, como la disolución de motines y manifestaciones públicas; la primera de la época revolucionaria se dio en 1929,, contra grupos ciudadanos que apoyaban la candidatura a la Presidencia de la República de José Vasconcelos.
A través del tiempo, los policías se beneficiaron de una mayor capacitación y poco a poco de un mejor equipo. Pero no todo fue bueno, pues entre sus enseñanzas, en la época de Arturo Durazo Moreno, aprendieron a operar bajo un régimen corrupto del que se beneficiaron los jefes policiacos y en el que los uniformados olvidaron su labor de vigilancia; lo sustituyeronyh por el de la extorsión.
También hubo sinsabores para los efectivos policiacos. A principios de la década de los 70 padecieron los ataques de un movimiento subversivo que daba golpes aislados y se apoyaba en técnicas rudimentarias cuando perpetraba un asalto bancario. Murieron efectivos a manos de ese grupo, conocido como Liga 23 de Septiembre, que asesinaba a policías por el sólo hecho de portar el uniforme y representar al orden establecido, hasta que cayeron las casas de seguridad de ese movimiento.
Uno de sus últimos golpes, por cierto, fue el intento de secuestro de Margarita López Portillo, hermana del futuro presidente José López Portillo, y donde quedó muerto uno de los dirigentes principales del grupo, David Jiménez Sarmiento.
A principios del siglo XX, en la Ciudad de México existían 2 mil 332 gendarmes que patrullaban a pie, además de 400 policías montados asignados a la vigilancia de los caminos despoblados. Iban armados con carabinas de una sola carga y portaban un uniforme de color café y una gorra tipo legionario. Tenían atribuciones para perseguir delitos, hasta que en 1931, por órdenes del presidente Pascual Ortiz Rubio, se reivindicaron las funciones del Ministerio Público y su Policía Judicial, quienes surgieron como tal en 1916, y a las que se dotó de facultades para perseguir delitos, en tanto que a la policía común se le asignaron labores meramente preventivas. Eran cuerpos policiacos que poco se asemejarían a la policía del Siglo XXI.
Actualmente en México, en sus estados y municipios existen aproximadamente 331 mil personas que son policías o agentes de tránsito, de los cuales 90 mil corresponden a la CDMX.
La ola de inseguridad en el país no cesa, pese a los esfuerzos de los distintos niveles de gobierno. De acuerdo con el INEGI, se cometen 31 millones de delitos al año y cerca de 99% queda impune. La prevención y reinserción social han resultado un fracaso.
Y ésta es una observación interesante: no es la corrupción la que causa la gran inseguridad, sino al revés: es el narcomercado el que lleva a la autoridad a la corrupción de alto riesgo. Por tanto, la corrupción de alto riesgo es un efecto, no una causa, lo que nos llevaría a una conclusión muy simple: si queremos reducir la violencia y la corrupción extremas, forzosamente tenemos que empezar con el mercado negro de las drogas. Y como bien sabemos, los mercados se regulan con principios económicos, no con balas.
Algunas estrategias específicas para resolver los problemas de seguridad serían los siguientes:
-Instituir nuevamente la Secretaría de Seguridad Pública.
-Establecer un Servicio Policial Nacional.
-Fortalecer los programas de los Consejos Ciudadanos en todo el país, involucrando a las personas en los planes y proyectos.
-Diseñar e instrumentar un protocolo nacional de tolerancia cero.
-Crear un renovado Sistema Nacional de Prevención y Reinserción Social.
-Poner orden en la procuración y administración de justicia.
El planteamiento de desaparecer al Cisen y crear a una Inteligencia Nacional de Seguridad que formaría parte de la SSP no es una buena idea, pues eso habla de que no hay una claridad conceptual de las diferencias que existen en seguridad nacional y seguridad públicas o la seguridad interior.
Una de las partes que corresponde al Cisen es generar inteligencia para debilitar a grupos del crimen organizado que tienen una gran capacidad de controlar instituciones. Esa es sólo una parte porque implica conocer cuestiones de terrorismo, fenómenos naturales, toda aquella concepción de amenaza de riesgo externa o interna. No se limita a cuestiones delincuenciales como se le está tipificando.
La SSP tiene como finalidad prevenir el delito, mientras que una institución de seguridad nacional como el Cisen debe generar las condiciones para la gobernabilidad del país.
Debemos tomar conciencia del fracaso. Y es necesario decir que con la corrupción México es un laboratorio del fracaso en políticas de seguridad. Un laboratorio ciego, por cierto. Se producen sin parar experimentos fallidos que no quedan documentados y por lo mismo se repiten una y otra vez; pero también de pronto se tienen logros que tampoco aterrizan en una narrativa científica y técnica que explique qué funcionó bien, cómo y porqué, como fue la exitosa gestión de la seguridad por cuadrantes con Manuel Mondragón en el gobierno de Marcelo Ebrard.
Lo que no se puede repetir en la próxima administración es llevar a cabo ocurrencias para combatir el problema de la inseguridad.
“Necesitamos que se aplique la ley, necesitamos una justicia rápida y expedita. Es a lo que aspiramos los mexicanos”
Ignacio Manjarrez Ayub, presidente de la Comisión de Seguridad de la Coparmex.
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