Nuevo Presidente de Cuba: La caida de las izquierdas conservadoras de LatAm

“Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.

Fidel Castro en julio de 1953, cuando era un joven abogado que asumió su propia defensa en el juicio por el asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba.

La Revolución cubana comenzó el 1 de enero de 1959, siendo el principal resultado del movimiento revolucionario cubano de izquierda que provocó la caída del régimen del dictador Fulgencio Batista, y la llegada al poder del líder del Ejército Guerrillero, Fidel Castro.

Estados Unidos mantiene un embargo económico a la isla desde principios de los años 60 del siglo XX. Esta política es considerada como «bloqueo económico» en el marco de las Naciones Unidas y rechazada cada año por la Asamblea General.

En épocas de la Guerra Fría, Cuba se alió con la desaparecida Unión Soviética y se convirtió en su satélite en el Caribe: Gracias a eso la isla recibió durante tres décadas más de 20 mil millones de dólares que permitieron vivir a la población de forma desahogada hasta finales de los ochenta.

Pero en 1989 cayó el bloque comunista y para Cuba “fue como si dejara de salir el sol”, tal como lo describió el propio Fidel Castro.

Al firmarse la disolución de la Unión Soviética en 1991, algunos analistas de la política internacional señalaron que la caída del gobierno cubano era inminente.

Y en los albores del siglo XXI, el venezolano Hugo Chávez se convirtió en la tabla de salvación del régimen cubano con una alianza estratégica que proporcionó a Cuba una nueva fuente de ingresos y sobre todo de petróleo.

El 19 de febrero de 2008, Fidel Castro, a través del diario oficial Granma, anunciaba que renunciaba a la Presidencia de Cuba.

La Asamblea Nacional Cubana eligió el 24 de febrero de 2008 a Raúl Castro como nuevo Presidente de Cuba.

El 17 de diciembre de 2014, los presidentes de Cuba, Raúl Castro Ruz y de Estados Unidos, Barack Obama, anunciaron el restablecimiento de las relaciones entre ambos países, sirviendo como mediadores el Gobierno de Canadá con el apoyo del Vaticano y en especial del Papa Francisco.
El 16 de junio de 2017, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump anunció la política de su gobierno hacia Cuba. La nueva política revirtió los avances alcanzados después de que 17 de diciembre de 2014 los presidentes Raúl Castro Ruz y Barack Obama dieran a conocer la decisión de restablecer las relaciones diplomáticas e iniciar un proceso hacia la normalización de los vínculos bilaterales.
El pasado 11 de marzo casi 7 millones de cubanos, de un padrón de 8 millones, eligieron a los 605 integrantes de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Estos diputados seleccionaron a los 31 integrantes del Consejo de Estado, quienes determinaron quién de entre ellos sería el Presidente de la República, quedando en la figura de Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Díaz-Canel creció en la provincia central de Villa Clara, a unas tres horas de La Habana; es hijo de una maestra y de un obrero. Estudió ingeniería eléctrica en la Universidad Central de Las Villas, donde mantuvo una vida política activa.

Ha pasado toda su vida en servicio a una Revolución en la que no combatió. Nació un año después (20 de abril de 1960) de que las fuerzas lideradas por Fidel Castro tomaron el control de la isla.

Ahora, como líder, Díaz-Canel deberá hacer algo de malabarismo. Muchos esperan que sea un presidente de la continuidad, en gran medida porque llega a la sombra de Raúl Castro cuando éste seguirá al mando del Partido Comunista de Cuba (PCC) hasta 2021.

Raúl Castro heredó el poder de manos de Fidel en 2006; este falleció una década después a los 90 años. Raúl puso en marcha las reformas más ambiciosas en décadas y después orquestó otra: pasarle la batuta a una nueva generación.

Después de abrir la economía a la inversión privada y al emprendedurismo, de relajar las restricciones de viaje hacia y fuera de Cuba y de restablecer los lazos con el gran enemigo cubano, Raúl Castro seleccionó a Díaz-Canel para suplirlo.

Pese a esfuerzos recientes de volverlo una figura más conocida, Díaz-Canel sigue siendo una incógnita tanto en casa como fuera. En 2012 lideró la delegación cubana para las Olimpiadas de Londres y acompañó a Raúl Castro a una conferencia internacional en Brasil.

Si bien Raúl Castro buscó un personaje de muy bajo perfil para sucederlo, también lo ha ido preparando. Que Díaz-Canel haya viajado a Corea del Norte para visitar al líder Kim Jong-Un, a Rusia a ver al presidente Vladimir Putin, o se haya sentado en la misma mesa con Raúl y Barack Obama en la visita que hizo éste último a la isla es un claro mensaje de que era el elegido.

Desde que Díaz-Canel fue nombrado primer vicepresidente en 2013, los cubanos y quienes estudian la política cubana han buscado averiguar más sobre él, revisando sus antecedentes como líder del partido en las provincias de Villa Clara y de Holguín y como ministro de Educación Superior para encontrar pistas sobre cómo será su presidencia.

En cada uno de esos puestos, según quienes lo conocían en su momento, Díaz-Canel ha sido un líder efectivo aunque silencioso, en ocasiones con tendencias progresistas. Muchos lo describieron como alguien que sabe escuchar; otros lo calificaron como accesible y libre de la rigidez o la lejanía de otros líderes partidistas.
Se han compartido anécdotas que dan cuenta de sus cualidades de hombre común: como que iba en bicicleta al trabajo en vez de usar un vehículo oficial cuando había escasez de gasolina, que defendió los derechos de un club para personas gays en Santa Clara ante protestas y que escuchó con paciencia a los académicos quejarse –en ocasiones sobre él– cuando era ministro de Educación Superior.
El nuevo presidente asume el cargo en medio de una coyuntura adversa por la crisis venezolana que a Cuba le ha reducido a la mitad la entrega de petróleo subvencionado, la caída de entrada de divisas por los servicios que antes se le vendían a Venezuela y las tensas relaciones con el presidente Trump.

Hasta el 2021, Raúl Castro seguirá siendo el secretario del Partido Comunista de Cuba. Desde ahí va a vigilar la gestión del nuevo presidente. Su presencia es clave para resolver tensiones y garantizar una transferencia del mando de manera ordenada.

El fin de los Castro, la decadencia de Maduro, el encarcelamiento de Lula, las caídas de Cristina Fernández y Correa, deberían apuntar a un fin de ciclo continental de esta izquierda conservadora y populista que, con matices y diferencias, terminó arrasando económicamente a una buena parte de América Latina. Este ciclo solo se podría volver a abrir con el potencial triunfo de Morena en México.

“Jamás me jubilaré de la política, de la revolución o de las ideas que tengo. El poder es una esclavitud y soy su esclavo”.

Fidel Castro Ruz, Septiembre de 1991.

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